Tus zapatos me quedan grandes
Por: Xiara Paulino/ Estudiante de Comunicación Social y Medios Digitales
Recuerdo cuando por primera vez me puse tus zapatos, me quedaron grandes, muy grandes. Mami me miraba con ternura, pero no me permitía entrar con ellos a casa a menos que estuvieran limpios.
Cuando llegabas del trabajo, cansado y soñoliento luego de una jornada de varios días, te sentabas conmigo y jugábamos a lo que sea, no me importaba, la pequeña de tres años lo único que quería hacer era estar con su padre. Cuando te ibas era muy triste para mí, lloraba con mucha intensidad y esperaba a que regresaras a casa.
A mis cuatro años normalmente estabas en casa por más días, tu nuevo trabajo te permitía estar más tiempo conmigo, pero llegó un nuevo invasor y tuve que compartirte tanto a ti como a mi madre con mi nuevo hermano. No me malinterpretes, siempre lo he querido mucho, pero no estaba acostumbrada a dar a alguien más una parte de mi tiempo de disfrute con mis padres, tuve que aprender a hacerlo.
Aun pasan por mi mente todos esos momentos cuando me llevabas al colegio y me traías de vuelta. Cada vez que te pedía que me compraras un helado, no siempre cedías a mis antojos, pero de vez en cuando me premiabas más de la cuenta y me decías que no le dijera nada a mami.
Cada logro académico lo celebrábamos juntos, desde que empecé el colegio, y cuando no me iba tan bien me motivabas a ir por más, a esforzarme y a no rendirme nunca. Creo que mi resiliencia viene de ti y de mamá.
En medio de mis 12 años seguía poniéndome tus zapatos y en un sentido jocoso se los mostraba a mis dos hermanos. Ya no me quedaban tan grandes, pero seguían siendo inmensos para mis pequeños pies. Con mayor nivel de consciencia y comprensión, me dejaba guiar de tus consejos y de tus conocimientos cuando no entendía algo de matemáticas, que dicha es tener a un ingeniero en casa.
A mis 15 me motivaba tu trayectoria y compromiso social, cómo te empeñabas siempre en ayudar al necesitado y ver como más tarde eso te llevó a crear una fundación que ayuda a exatletas necesitados, algunos de ellos tus colegas que compitieron contigo en pasados maratones. En definitiva, me inspirabas, y llegar a superar ese nivel de empatía no se sentía posible en ese entonces. Tu familia siempre fue tu prioridad y ayudar en casa era una tarea importante cada día, y el trabajo nunca fue excusa para no hacerlo.
Ya con 19 años sigo poniéndome tus zapatos y aun me quedan inmensos. Quizás por los años que me llevas, o por la experiencia que has adquirido, pero también por el corazón que tienes, que cada día se vuelve más grande. Tu alegría sigue contagiando a otros y tus acciones que revelan las intenciones más puras de tu corazón.
Has cultivado algunos éxitos en tu vida laboral, pero sobre lo académico y profesional está tu valor humano. Eres una gran persona, y eso hace que no a cualquiera le sirvan los zapatos que llevas.
Ojalá y algún día me puedan servir a mí, eso espero. Mientras tanto seguiré sorprendiéndome por lo grandes que me quedan.
Te amo papá.