Plantarse un árbol
Por: Melina González Báez / Estudiante de Biotecnología
En el peso de la hoja
reclamando el suelo
descansa el tiempo
bajo profundo ensueño,
pero el hombre no sabe de vientos,
tampoco conoce la caricia del aire,
poco a poco en retirada
tras su camino hacia el suelo,
menos aún el silencio que guarda la hoja
en sincero agradecimiento.
Sus manos no saben de amor…
Tan sólo saben de deseo,
de agarrar, someter, consumir,
y el alma llora desconsolada.
Las manos son una extensión del alma.
Las aves traen el olor de nombres entre sus alas,
olores de infinidad liberados por el viento,
danzando entre las gomas y el asfalto,
pero el hombre tampoco huele con el alma
y solo la desnuda en espacios anóxicos con prisa.
La asfixia.
También hay uno que otros
secretos entre sus alas;
esbozos de una risa
que se cuela en la penumbra y quema,
hace su camino
como las raíces de un árbol revolcándose en la acera,
brindándole sus hojas al viento,
repartiéndole caricias a las alas
de un ave forastera
bajo el silencio que guarda su garra reposada
en sincero agradecimiento.
…Quizás, después de todo,
el alma tan sólo quiera plantarse un árbol.