La segunda humanidad
La evolución no se detiene para nadie, incluyendo al Homo sapiens. Descubrimientos en genómica y biotecnología significan que estaremos guiando nuestra propia evolución en algún momento, posiblemente antes de lo que piensas. Dependiendo de qué tanto juguemos con nuestro genoma y modifiquemos nuestros cuerpos y cerebros, este podría ser el último siglo humano.
En algún momento — quizás en el transcurso nuestras vidas — los humanos finalmente excederemos nuestras limitaciones de diseño. Vamos a interactuar con inteligencias artificiales, extenderemos la vida humana, y ganaremos la capacidad de modificar nuestros cuerpos más allá de nuestra comprensión actual de las prótesis. Nos convertiremos en lo que se conoce como posthumanos, gente que han ampliado sus capacidades tan lejos que ya no cumplen con la definición estricta de humanidad. Las mejoras podrían incluir conexiones de los nervios a la cyberverso, inteligencia artificial injertada en la nuestra, extremidades robóticas, la nanotecnología, drogas o biotecnología para mejorar la mente.
¿Si el Homo erectus eventualmente evolucionó en Homo sapiens, en que evolucionará el Homo sapiens? Especialmente cuando cuenta con ingeniería genética e implantes biotecnológicos? Esa es la pregunta extraña y ardiente.
Estos posibles seres posthumanos podrían tener años de salud indefinidos, mayores facultades intelectuales que cualquier ser humano corriente y quizás sensibilidades y modalidades completamente nuevas.
Las posibilidades (excusen el cliché) son infinitas. Los más entusiastas transhumanistas cantan un futuro en que los ciegos verán, los inválidos caminarán y la muerte será vencida.
Y con la nanotecnología lista para dar sensación a piel artificial, curar el cáncer cerebral e incluso dotar de inteligencia a las células sanguíneas, todo parece muy prometedor.
Sin embargo, no todo es rosas. El transhumanismo, el movimiento intelectual y cultural que afirma que la posthumanidad es un objetivo deseable que mejora radicalmente la condición humana, ha sido clasificado como la idea más peligrosa del mundo por los críticos, capaz de socavar los fundamentos del orden social y la igualdad de derechos. Ya sea por sentimientos religiosos o razones seculares, los opositores ven con desconfianza la posibilidad de modificar lo que llaman la esencia humana y las consecuencias no anticipadas que conllevar.
¿Qué pasará cuando controlemos nuestras propias mutaciones a nivel genético? ¿Cuando enganchemos nuestro cerebro hasta los ordenadores y descarguemos datos directamente en nuestra mente?
¿Cuando podamos crecer seis brazos, o sustituir los dedos artríticos por dedos biónicos? ¿Cuándo tengamos una memoria de backup o un una completamente electrónica?
Las respuestas vienen de la ciencia, pero también vienen de la ciencia ficción y el futurismo. Hay todo un género de literatura que explora ese futuro, y una miríada de voces en la blogosfera contribuyendo al debate.
Seguro, aumentar nuestras capacidades y eliminar nuestras limitaciones físicas será aumentar el potencial de la humanidad para llegar a alturas insospechadas.
Y cuando esto ocurra nuestra capacidad de cometer idioteces y atrocidades se multiplicara miles de veces. Tendremos que preocuparnos por la posibilidad de estigmatización y la discriminación, ya sea en contra o en favor de personas tecnológicamente mejoradas. La justicia social también está en juego.
Todo esto suena muy lejano y maravilloso.
Estas tecnologías posthumanas son perturbadoras y atemorizantes (o tentadoras) precisamente porque no están aquí y se mantienen a una distancia. Pero no es así en realidad. Una noción de transhumanismo esta implícita en mucho de la agenda de investigación de la biomedicina contemporánea.
De hecho, ya hay posthumanos entre nosotros. Aimeé Mullins, sin piernas desde los dos años ha roto récords mundiales de atletismo; Steve Mann tiene 20 años con una cámara instalada en el ojo y Claudia Mitchell cuenta ahora con un brazo robótico controlado por su mente, salido de las páginas de Yo, Robot.