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Paradigmas sociales en el oficio del cineasta dominicano

Por: María Laura Vásquez/ Estudiante de Cine y Comunicación Audiovisual

SANTO DOMINGO. -La sociedad dominicana, sumergida en un proceso de regeneración y redefinición infinito, es muy selectiva con las cosas que acepta, rechaza y deja pasar, independientemente de los niveles de moral que los asuntos en cuestión aporten a la sociedad civil. Creyéndonos expertos en el arte de la generalización y excelentes jueces de lo ajeno, suponemos que estamos calificados para clasificar y definir las cosas que no entendemos.

Todos conocemos en su semi-totalidad lo que implica el oficio de un doctor en Medicina; las horas que require, los años de estudio y la responsabilidad que recae en los hombros del practicante a la hora de salvar vidas, por lo tanto, no juzgamos las decisiones de un doctor y mucho menos su integridad como profesional y persona, pues ejerce una profesión sacrificada y respetable.

Un ingeniero civil, encargado de las infraestructuras de nuestro país, responsable por un desarrollo sustentable y una seguridad a largo plazo, tampoco es cuestionado por sus decisiones.

Sin embargo, el desconocimiento del cine y sus implicaciones lleva a al público a desestimar a quien decide estudiar la profesión. Y quienes ya son cineastas muchas veces son catalogados por algunos sectores de nuestra sociedad como “vagos” o se supone que tomaron el camino fácil, desvalorizando, no solo el cine como disciplina, sino también como arte, y ni mencionar a los otros artistas.

En una sociedad conservadora como la nuestra, en la que temas corrientes de pensamiento y hasta ciertas palabras son censuradas y castigadas en los medios de comunicación, el cine supone un desahogo del disconformismo social, a pesar de que esta facción de la disciplina aún no se desarrolla por completo. El hecho de que nuestro cine canalice una vertiente más enfocada en la comedia y en exigir poco de su público ha eclipsado la percepción que el pueblo tiene de la industria cinematográfica, al igual que de sus mejores expositores y obras.

El poco valor que para la mayoría tiene del oficio se ve canalizado, entre otras cosas, en las taquillas que venden diferentes tipos de películas. Por ejemplo, una comedia familiar con poco valor narrativo, estético y cinematográfico vende mucho más que un drama carcelario con mucho más peso cinematográfico.

La razón por la cual nuestra cultura menosprecia los esfuerzos para realizar un cine de valor viene desde la formación primaria. Enseñar que quien reprueba matemáticas es “bruto” y que el arte es un chiste, es enseñar que el ingeniero es serio y el artista es vagabundo. Enseñar que quien aprueba sin analizar y que las cosas se “josean”, es enseñar que el análisis profundo no vale la pena y que lo fácil de consumir es lo viable.

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