A mi mamá
A veces las responsabilidades con los hermanos pueden ser un ensayo de la maternidad y nos abren los ojos a muchas cosas
Por Ana Hilda Pérez Rodríguez
Soy la mayor de tres hermanos. La más pequeña nació cuando yo tenía ocho años y su llegada al mundo es uno de mis recuerdos más vivos, teniendo en cuenta que suelo olvidar cosas con facilidad. Ser la hermana mayor implica muchas responsabilidades. Primero, ser un ejemplo para los más pequeños de la casa. En mi caso, esto no va del todo así puesto que soy la más rebelde y despegada de los tres.
En mis tiempos de bachiller no sabía decir que no a las salidas. Era un tormento para mi madre, preocupada de que llegara en una pieza a casa. Siempre la tildaba de exagerada y sobreprotectora ya que, aunque fui muy inquieta, tenía cuidado en mis actos. Recuerdo que al salir de clases a las diez de la noche, me esperaba pacientemente por horas con tal de que no me asaltaran en el transporte público o ahorrarse dos viajes para no dar cuatro.
Nunca imaginé que el inicio de mi hermana en la universidad me haría entender tantas cosas. En casa me han delegado tenerla bajo mi responsabilidad. ¿Y adivinen qué? Ahora quien espera por mi hermana en las noches al salir de clases soy yo. Al principio me quejaba, pero luego recordé que mi madre siempre lo hacía con una sonrisa o con algún comentario de que había descubierto algo nuevo en mi universidad.
Ella siempre ha sido muy dada a sus hijos. Tanto así que se olvida completamente de sí misma. Confío plenamente en mi hermana. Sin embargo, no puedo negar que a veces temo por lo que le pueda pasar estando fuera de casa y es ahí cuando pienso en eso que sienten los padres cuando se preocupan por nosotros. Aún no tengo hijos, pero creo que estoy ensayando.
Ahora puedo entender sus temores. Puedo entender muchas cosas por las que discutía y me disgustaba con mi madre. Ahora es cuando te comprendo perfectamente, mamá.
A Isabel o, como le llamo yo, “Rosita”.