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Non gogoa han zangoa: Pico Duarte

Como amante de la aventura y fanática de salir a “montear” tenía curiosidad de subir el Pico Duarte. Nunca lo había considerado seriamente pero lo tenía previsto como uno de esos planes que “alguna vez en la vida”  levaría a cabo. Un día surgió el tema y algunos mostraron interés en hacerlo. Así comenzó a armarse el plan y de un día para otro ya habíamos reservado el tour de lo que sería la hazaña más emocionante de nuestras vidas.

Además de hacer ejercicios para estar en buena forma, teníamos que conseguir una larga lista de cosas: casas de campaña, sleeping bags, abrigos y zapatos (toda una odisea) para escalar. La más afortunada de todos fue Sarah, quien compró unos tenis de RD$350 y con ellos anduvo sin contratiempos y más cómoda que los demás.

Increíblemente, estábamos por encima de las nubes, a 3,087 metros, en el punto más alto del Caribe. Foto: A. Amador.

Así llegó el día de lanzarnos a la aventura. Tomaríamos una de las rutas más duras: comenzaríamos en la Ciénaga de Manabao, Jarabacoa, atravesaríamos el Parque Nacional Armando Bermúdez y terminaríamos en el punto inicial. La primera noche en la caseta de Compartición supimos lo que es congelarse a 0 ºC. Al  ía siguiente, subimos hasta el pico y de allí bajamos hasta el Valle del Tetero. Un día de descanso, y luego  egresamos hasta el punto de partida. Las anécdotas e historias podrían llenar un libro. Pero el momento más memorable fue llegar hasta el pico después de dos días de caminatas interminables. Lograr subir a la cima, ver el busto de Duarte y la famosa bandera. Por suerte el cielo estaba despejado y pudimos apreciar el impresionante paisaje. En pocas ocasiones había sentido una satisfacción tan grande como la de ese momento. Increíblemente, estábamos por encima de las nubes, a 3,087 metros, en el punto más alto del Caribe. Valió la pena.

El difícil trayecto puso a prueba no sólo nuestras condiciones físicas, sino la fuerza de voluntad de cada uno. Aunque hubo momentos para compartir, reír y disfrutar de los paisajes, también los hubo en los que nos preguntábamos en qué rayos nos habíamos metido y otros en los que las lágrimas y algunas malas palabras salían al aire por cansancio o dolor. En ese momento, la mente jugaba el rol principal, pues para llegar no sólo es necesario poder, sino que también el deseo de lograrlo. Como dice un viejo proverbio vasco que repetimos sin cesar durante el viaje: “Non gogoa han zangoa” (Donde van tus pensamientos, van tus pasos). Y así fue.

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